jueves, 10 de noviembre de 2011

La cara oculta del Descubrimiento de América



Publicado el 10 noviembre, 2011 por Mario Escobar en Artículos
España tiene “mala fama” desde los últimos quinientos años. Al principio por su política imperialista y universal, después por su eterna decadencia que desembocó en una guerra fraticida y una larga dictadura aislacionista. Al final el ramplón slogan del ministro de turismo de los 60 “España es diferente” era falso, nuestro país fue un estado fanfarrón, una verdadera ave de rapiña. ¿Hay otra manera de construir un imperio?
A esta “mala fama” contribuyeron los testimonios sesgados y partiditas de muchos personajes históricos. Los intentos de difamación de Guillermo de Orange o Antonio Pérez, este último secretario personal de Felipe II, están claramente dirigidos a desprestigiar la monarquía y al propio monarca, de hecho la mayor parte de sus críticas van dirigidas al propio rey y no a la nación. La “mala fama nacional” la adquirimos, por qué los imperios suelen estar rodeados de enemigos, y España, o mejor dicho, los reinos hispanos, constituyeron un hercúleo imperio durante más de tres siglos. Los desmanes de los tercios españoles en los Países Bajos, Alemania o Francia, ahondaron más en la Leyenda Negra que la propaganda protestante anti-española.
La Casa Tudor, creadores de la Leyenda Negra, además de estar unidos familiarmente con la Casa de Austria, incluso en la primera etapa del reinado de Isabel de Inglaterra mantuvieron buenas relaciones diplomáticas, pero los manejos de los embajadores españoles, el intento fallido de matrimonio entre Felipe II e Isabel, llevaron al traste una buena relación internacional. Recordemos que fue Felipe II y no Isabel quien intentó agredir primero, aunque de parte de Inglaterra hubiera provocación y ataques piratas.
Si en Inglaterra surgió el antiespañolismo, nosotros, los españoles, debemos reconocer que un sentimiento antiprotestante ha presidido el ambiente académico y político durante todos estos siglos. La diferencia entre los historiadores ingleses y españoles, es que los primeros se han esforzado por terminar con viejas leyendas negras, formando algunos de los hispanistas mejores del mundo como Ellio. Parkert, Bakewell o Lovvett, mientras que los segundos siguen a la defensiva con respecto al protestantismo.
Es verdad que en los países anglosajones la leyenda negra persistió en la cultura popular y puede verse todavía en las películas y folletines norteamericanos, pero no es menos cierto, que si hubiera tenido España esos mismos medios de expresión, habría caído en los años 40 a 70 en los mismos errores. Tan sólo tenemos que abrir cualquier periódico español para descubrir la crítica vertida sobre los Estados Unidos, mucha de ella justificada, pero en todo caso excesiva, por no hablar del profundo desconocimiento y descalificación tenaz de todo lo protestante.
II Parte.
La actuación pontificia ante la situación de los indígenas, huelga decir que esta siempre se acomodó a la iniciativa real, ya que fueron teólogos españoles a instancias de los reyes, los que hicieron las Leyes de Indias, debido sin duda a que el regio patronato español excluía las actuaciones del Papa con respecto a la situación de la Iglesia en América, y no es hasta la independencia de esta, que el Papa vuelve a recuperar el control de la Iglesia del Sudamérica y Centroamérica. Este hecho lo demuestra, que Bartolomé De las Casas nunca se dirigió a Papa alguno para defender a los indios, ya que sabía que la llave para solventar los problemas de los indígenas estaba en la Corte Imperial.
En cuanto a la Evangelización de América, reconocer la loable labor de miles de monjes y sacerdotes que arriesgaron sus vidas para transmitir la fe católica. Suscribir su intento de acercamiento a la cultura e idioma indígena, aunque no podemos decir lo mismo de los “cristianos colonizadores”, que arrasaron a muchas comunidades en su afán de buscar oro. Tampoco podemos negar que los castigos y abusos hacia los indígenas fueron reales, aunque su muerte masiva, en algunos casos, se debió más bien al choque bacteriológico y psicológico.
Contraponer una sociedad americana hispana, mestiza y tolerante, frente a un protestantismo norteño racista y genocida en su forma de colonización, no puede calificarse sino como mera afirmación gratuita. Las culturas pueden ser racistas y por el contrario haber en ellas minorías e individuos con valores distintos. Los españoles, que poco tiempo antes habían expulsado a los judíos de la Península, que terminaron de expulsar a los moriscos en el siglo XVII y que importaron a cientos de miles de negros a las colonias, no pueden tacharse con otro apelativo que racistas. Los protestantes de la época, también, aunque hubiera excepciones entre los cuáqueros, menonitas o puritanos, pertenecían a una cultura racista y esclavista. A pesar de todo, no debemos olvidar que el primer lugar donde se respetaron los derechos de cualquier persona, fuera cual fuera su religión, fue en la colonia de Pennsylvania, donde se respetaba a los católicos y se evangelizaba a los indios. Tampoco debemos desconocer que la discriminación religiosa en nuestro país ha persistido hasta los años 70 del siglo XX, con las excepciones de las dos repúblicas españolas. Si a todo esto añadimos que el primer país democrático de la tierra fue Estados Unidos, a excepción de las experiencias griegas, y que su declaración de derechos del hombre, nació de plumas protestantes, sería difícil negar que los evangélicos, en su más pura expresión, contribuyeron al tratamiento digno del ser humano. Para cerrar este apartado, tan sólo recordar, que los instrumentos que España utilizó en el propio siglo XX, para colonizar África, no se diferenciaban mucho del resto de las potencias occidentales, tan sólo en la cantidad, ya que España no poseía la fuerza para colonizar más territorios.
Llamar al protestantismo “el mundo del error y del antihumanismo”, como citan muchos seudohistoriadores, no necesita respuesta después de lo dicho anteriormente. Añadir además que los protestantes fueron enemigos del orden establecido y vasallos del poder del estado es un despropósito. La iglesia y el estado monárquico estaban unidos, yo diría unidísimos, durante toda su historia. El poder del rey español sobre el Papa y la intervención de este último constantemente en política, olvidando sus deberes pastorales, comportándose como un príncipe más, luchando por sus territorios como un señor de la guerra es por todos conocida. Los intentos de reconciliación entre protestantes y católicos en el siglo XVI fallaron por los políticos, ya que muchos teólogos estaban dispuestos a llegar a acuerdos.
El protestantismo no rompió con lo sagrado ni separó lo cotidiano de lo espiritual dando lugar al secularismo, lo que hizo fue integrarlo por medio del sacerdocio universal, en el que se valoraba igualmente el trabajo de un carpintero, que el de un clérigo, rompiendo esa terrible división de castas medieval: sacerdotal, militar y trabajadora. El axioma máximo del protestantismo se resume en las palabras de Benson; “Para la Iglesia nada es secular sino lo que es pecaminoso”.
Con respecto a la inquisición sólo dos pinceladas. Sabemos que no es una invención hispana, pero el uso que hizo de ella el estado hispano fue tal, que es casi imposible no asociar a ambos. El estado racista de pureza de sangre que la monarquía creó en los Reinos Peninsulares fue terrible, y eso lo dicen historiadores españoles y extranjeros. La continua vigilancia de la sociedad, los injustos crímenes dictados por la inquisición y ejecutados por el estado y el aislamiento cultural, son algo tan evidente, como que España ha necesitado llegar a la democracia para enterrar todos esos fantasmas. La España abierta de Cisneros o Carlos V no tiene nada que ver con la oscuridad de Felipe II y sus descendientes. Los asesinatos a los protestantes españoles en los actos inquisitoriales de Sevilla y Valladolid a mediados del siglo XVI, las guerras religiosas, o las purgas en Polonia, Austria, Bohemia, no pueden compararse al desgraciado asesinato de Miguel Servet.
La “mala fama” de España persiste en muchos foros internacionales. Tal vez sean las secuelas de nuestro pasado imperial, pero es inútil intentar maquillar hasta convertir la Leyenda Negra en una Leyenda Rosa, cursi además de falsa. Asumir los errores nos hace más fuertes y nos permite conocernos mejor a nosotros mismos.

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